Hoy, vengo a refugiarme entre tu manto por un rato...
En ese manto lleno de polvo de estrellas, que reluce cada que la tibia luz del amanecer se posa sobre él, que abriga como el mejor de los suéteres cuando hace mucho frío (y yo tan friolenta que resulté).
No sé si me estás escuchando o no...
No sé si quieres escucharme o no...
La verdad no me importa si lo haces o tal vez me ignoras o tal vez me dejas en una lista de espera, como paciente desahuciado de un hospital; ya no importando si es público o privado.
Pero creo que cada día crece una especie de duda respecto a ti, a tu existencia, a tu piedad y tu misericordia.
Es que...
¿Será que realmente existes?
¿Será que eres ese ser piadoso que ama sin escrúpulos y que todo el mundo clama ya como si fuera parte de un léxico corriente?
«Qué Dios le bendiga».
«Vaya con Dios».
«¡Santo Dios!»
«Primero Dios».
«Si Dios quiere».
«¡Ay, Dios mío!»
La gente usa tu «nombre» de forma tan normal; no sé si sea por el contexto cultural latinizado, por costumbre regional o por simple muletilla...
¿Pero realmente existes?