domingo, 20 de julio de 2025

Querido Diario: (13)

Hoy, vengo a refugiarme entre tu manto por un rato...
En ese manto lleno de polvo de estrellas, que reluce cada que la tibia luz del amanecer se posa sobre él, que abriga como el mejor de los suéteres cuando hace mucho frío (y yo tan friolenta que resulté).

No sé si me estás escuchando o no...
No sé si quieres escucharme o no...
La verdad no me importa si lo haces o tal vez me ignoras o tal vez me dejas en una lista de espera, como paciente desahuciado de un hospital; ya no importando si es público o privado.

Pero creo que cada día crece una especie de duda respecto a ti, a tu existencia, a tu piedad y tu misericordia.

Es que... 
¿Será que realmente existes?
¿Será que eres ese ser piadoso que ama sin escrúpulos y que todo el mundo clama ya como si fuera parte de un léxico corriente?

«Qué Dios le bendiga».
«Vaya con Dios».
«¡Santo Dios!»
«Primero Dios».
«Si Dios quiere».
«¡Ay, Dios mío!»

La gente usa tu «nombre» de forma tan normal; no sé si sea por el contexto cultural latinizado, por costumbre regional o por simple muletilla...
¿Pero realmente existes?

¿Dónde puedo llegar a inclinarme a tus pies para implorar tu perdón, que no sea frente a una imagen que, aparentemente, representa quién eres?
¿Cómo puedo hacer para comunicarme directamente contigo, que no sea por medio de una oración mal formulada en mi cabeza estando de rodillas?
¿Qué puedo hacer para sentirte a mi lado, que no sea imaginarte como una especie de ente maravilloso omnipresente que (a veces) se presenta como un ave de blancas plumas?

¿Cómo debo de actuar, pensar o hablar para que te presentes frente a mí como tanto lo he anhelado?

Cada vez que veo a tus «ojos» en una imagen, no puedo dejar de imaginarme a la persona que te talló, te esculpió o te pintó.
Cada vez que intento «orar» siento que doy vueltas en un espiral infinito dentro de mi cabeza y no llego a nada nunca.
Cada vez que trato de «sentirte» a mi lado, nada más veo un vacío enorme, una nada que se extiende más allá del horizonte de cada punto cardinal.

La gente habla de milagros, de deseos cumplidos, de anhelos satisfechos; todo hecho por ti.
Y, no sé si tú como padre o madre, también has de tener a tus hijos favoritos. Aquellos que solo levantan la mano y ya tienen lo que piden sin siquiera hablar.
Y yo he seguido cada uno de los mandatos que impone la religión bajo la que nací para agradarte...
No sé si estaré haciendo algo mal, si no estoy cumpliendo con aquello que a ti, Dios celoso, te gusta y deseas que haga...
Pero siento que nunca me escuchas.

He de leerme como una adolescente en sus 15 primaveras.
«¡Tú nunca me escuchas, papá/mamá!, 
¡todo lo que haces es castigarme y jamás 
me has puesto atención como tanto te lo he pedido!»

Me he inclinado a orar, a pedir por las personas que me rodean y, hasta hace poco, comencé a orar por mí. No sé si por amor propio, por egoísmo o porque de verdad siento lástima de mí. Pero, lo hice.
¿Y sabes qué?
Se sintió como si estuviera orando por cualquier otra persona.
Supongo que es otra farsa del amor propio (creo).
Cómo quisiera que pudieras desenmarañar mi cabeza con tus delicadas manos, así como lo haría una tejedora de manos hábiles cuando el hilo se le ha vuelto un rompecabezas de 15 000 piezas en menos de un segundo.

Estoy cansada, Dios mío, realmente estoy cansada.
De despertar, de comer, de asear, de trabajar, de cuidar, de ayudar, de agradecer, de conducir, de aguantar, de complacer, de crear, de creer, de cocinar, de soportar, de callar, de enfermar, de dormir, de sanar, de no dormir, de sentir, de aceptar...
De vivir.
Realmente estoy cansada de vivir, Dios mío.
Quisiera ser esa persona que agradece cada maldito bendito segundo de vida, con aquella esperanza e ilusión dentro de su alma, para seguir adelante y vivir cada día como si fuese el último.
Quisiera, lo anhelo con el corazón.
Pero sé que no se va a cumplir.
Sé que no me escuchas.
Sé que no me prestas atención.

Sé que solo hablo conmigo misma viéndome en el reflejo del cristal que cubre tu imagen; esperando que de alguna forma mágica, mística y misteriosa, se resuelva todo aquello que causa un dolor o molestia en mi vida.
Sé que de, alguna manera, tu existencia ya casi no es relevante en la vida de nadie; porque ya casi nadie quiere creer en ti. Y no, yo no entro en esa categoría; pero me intriga el que no estés aquí.
El que no pueda darte un abrazo.
El que no pueda sentir tu calor.
El que no pueda tomar tus manos.


«Por los siglos de los siglos, amén»...








No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Transparent White Star