CELULAR
Leía, estaba leyendo en total tranquilidad.
Paz.
Incluso eso.
Había decidido dejar el celular de lado, la computadora, la televisión.
Era solo él y su libro.
Ese libro que emanaba olor a viejo, a húmedo.
Habían algunas páginas completamente perdidas; la humedad y el poco cuidado que le dieron antes hicieron que hasta la pasta se cayera en pedazos. Pero eso no le importaba realmente, lo interesante era el contenido del libro.
Afuera llovía, había una tempestad, la gente corría alterada e incluso gritaba con desesperación, parecía que era el fin del mundo.
Pero él no escuchaba nada.
Estaba tan sumergido entre las letras del libro y todo lo que le narraba que todo dejó de tener sentido desde el momento en el que había abierto el libro.
Su celular brillaba, insistente. Familia, amigos, conocidos, todos tratando de ponerse en contacto con él por medio de mensajes y llamadas.
Trataban de saber si estaba a salvo, si estaba en peligro, si se encontraba con vida o... Algo.
Pero no prestaba atención, lo había configurado en «Silencio» y dejado sobre el escritorio al otro lado de la habitación.
Era una noche tranquila para él, las gotas de lluvia se deslizaban tranquilas en el cristal de su ventana y las luces titilaban con suavidad.
Afuera empezó a temblar, todo se estremecía, el suelo se abría, la lluvia caía con más fuerza y había levantado el mar; mucha gente se había ahogado, otros lo habían perdido todo y algunos pocos se habían salvado.
Su celular seguía brillando pero él nunca lo notó, la luz de su habitación era más fuerte que la luz de la pantalla.
Un par de horas después soltó el libro, eran casi las 2 AM pero ni siquiera se había dado cuenta. Cerró el libro, lo dejó a un lado de la cama, se acercó a su mesa de noche, sacó un pequeño cigarrillo con papel de color verde amarillento, lo encendió y soltó una pesada bocanada de humo.
«Para coronar otra noche perfecta», sonó en su mente.
Apagó la luz y se fue a dormir.
OSO, MENTIROSO
Nos ubicamos en un bosque que parecía infinito, algo húmedo, con olor a petricor.
Pocas veces el sol conseguía hacer que sus rayos se adentraran en él.
Parecía un trabajo casi imposible, debido a lo grueso del follaje de los árboles, que muy verdes, se balanceaban de un lado a otro, escondiendo muy bien todo lo que había a los alrededores.
Un oso de estatura pequeña, pero de edad adulta, se escondía entre una formación rocosa cerca de un acantilado. Era el animal reservado del resto de habitantes del bosque. No le gustaba compartir con nadie y mucho menos salir de su cueva si no fuera por comida.
Las ardillas, a menudo, hablaban e inventaban cada cosa que podían de él.
Los conejos se burlaban de todo aquello que llegaba a sus oídos de él.
Los pájaros trinaban a toda hora cerca de su morada para molestarlo.
Las mariposas y las abejas repetían su nombre como si de un eco se tratara.
Oso, oso, oso.
El oso, mal que bien, estaba acostumbrado a esto; quería irse a un lugar más lejano pero no sabía a dónde. Había intentado hacer una nueva casa a orilla de una montaña usando leña mojada y otras ramas, pero a la primera lluvia, se desmanteló. Había intentado quedarse en una cueva ubicada a 7,700 pasos, pero estaba llena de murciélagos y a ellos no les gustan los vecinos.
Había intentado hacer de todo lo que estaba a su alcance, pero no conseguía algo que le ayudara.
Oso, oso, oso.
Decían las mariposas y las abejas una mañana.
Él intentó ignorarlas, pero parecía que esa vez, estaban decididos a ayudarlo.
Oso, oso, oso.
Ven con nosotras, oso.
Se levantó y comenzó a caminar tras de ellas, se adentraron a una parte del bosque que él no conocía. Había un pequeño estanque, muchas flores de color amarillo, azul y un pequeño árbol se encontraba junto al estanque. El sol brillaba con suavidad y el ambiente era cálido. Las mariposas y las abejas se dedicaron a polinizar las flores mientras que el oso veía asombrado todo su alrededor. Era algo que sus ojos jamás habían tenido la dicha de ver.
¿Te gusta lo que ves, querido oso?
Dijo la voz de una mujer.
Oso, oso, oso.
Repitieron las mariposas y las abejas.
Sí, me gusta lo que veo. ¿Quién eres?
Respondió el oso.
Soy una amiga, mi nombre es Mily, querido oso.
Oso, oso, querido oso.
Cantaron las mariposas y las abejas.
El oso se acercó al árbol que estaba junto al estanque, vio su reflejo y luego vio el reflejo de una mujer de largos cabellos, sobre su cabeza había una corona de hojas y flores amarillas, azules... No se sorprendió, sabía que el bosque ocultaba grandes secretos y este podría ser el mayor de ellos.
Quiero hacer un intercambio contigo, osito.
¿Qué necesitas?
Necesito que me traigas lo más valioso que tengas.
Yo... Yo no tengo nada.
Sabes que lo tienes, solo debes darte cuenta de qué es... Si me lo traes, te daré la posibilidad de quedarte en este lugar, será tu nuevo hogar, nadie te molestará, querido oso.
Consíguelo, ¡consíguelo, querido oso!
Volvieron a decir las mariposas y las abejas.
El oso salió de ese lugar y comenzó a pensar en qué era eso valioso que Mily había pedido. ¿Era acaso la rama que había encontrado hace unos días o era la piedra afilada con la que le gustaba cazar peces a la orilla del río?... No, nada de eso era valioso... Pero necesitaba un lugar dónde quedarse, porque no soportaba el ambiente de su cueva. Era horrible, todos le hacían daño... Continuó caminando hasta encontrar una piedra brillante de color azul, la limpió con sus patas y su pelaje hasta hacerla brillar. Tenía la forma de una gota, era traslúcida y bastante atractiva... Parecía ser valiosa e importante. Pensó que eso podía convencer a Mily para que le dejara quedarse a vivir ahí.
¡Regresé, Mily!
Gritó el oso al llegar.
¡Mily, regresó el oso, el oso, el oso!
Avisaron las mariposas y las abejas.
Ella se presentó ante todos sobre el estanque, una túnica blanca hecha de seda cubría su cuerpo y sus ojos esmeralda resplandecían con los rayos del sol. Caminó despacio hacia él y quedaron frente a frente.
¿Puedes mostrarme aquello que es tan valioso para ti?
¡Sí, claro!
Sacó la piedra de entre su pelaje y se la mostró. Mily se quedó en silencio observando la piedra, maravillada de cierto modo, decepcionada de otro; porque sabía que eso no era lo más valioso que él tenía, sino que era algo con lo que quería... «Comprarla».
Osito mío, eso no es lo más valioso que tienes.
Dijo con dulzura.
¡¿Cómo de que no?!, ¡he guardado esta piedra como mi mayor tesoro desde que era un osezno!, ¡me la regaló mi madre!
Mily sonrió y negó con la cabeza.
No, oso, eso no es verdad; acabas de encontrarla, yo la puse en tu camino para probar que no eras un mentiroso.
¡Oso, oso, mentiroso!
Repitieron una y otra vez las mariposas y las abejas entre risas y cuchicheos.
El oso se sintió ofendido y hasta lastimado, sabía que lo habían atrapado en su intento por conseguir un nuevo hogar para vivir. Para él, la prueba de Mily fue una tontería. Ella se veía triste, retrocedió unos tantos pasos mientras bajaba el rostro y cerraba los ojos, decepcionada.
No te mereces éste hogar, oso...
¡Oso, oso, mentiroso!
Tendrás que regresar a tu cueva...
¡Oso, oso, mentiroso!
El oso sintió cómo cada rincón de su cuerpo se llenaba de furia, tomó con fuerza la piedra que le había ofrecido y se lanzó hacia Mily. Comenzó a clavarle la piedra en el pecho, una y otra vez. Las mariposas y las abejas volaron lejos, ahuyentadas por el gruñir del oso; el sol dejó de brillar, el estanque se convirtió en un charco de lodo, las flores se marchitaron junto con el pequeño árbol. El oso no se había controlado, resultó convirtiendo a Mily en un montón de piedras iguales hechas de granito, incoloras e irregulares.
Ahí se dio cuenta de algo... De que Mily había tenido razón.
Él no tenía nada valioso, jamás lo había tenido, porque lo único que tenía valor para él, era su habilidad para mentir...
¡Oso, oso, mentiroso!
¡Oso, oso, mentiroso!
Se escuchaba susurrar a las mariposas y a las abejas en la lejanía del bosque.
¡AGUÁNTATE!
—Oye, sería bueno que te apuraras.
— ¿Por qué?
—Mira el cielo.
Una enorme nube de color gris oscuro se acercaba con rapidez hasta donde se encontraban. Parecía que iba a llover pronto.
— ¡Diaaaablos, eso está como para tenerle miedo!
—Deja de hablar y apúrate.
La pared tomaba color con rapidez, su mano se movía incansable, era como si fuese una máquina. Rápido, otro color, otra válvula, otras líneas.
Poco a poco, empezó a caer una lluvia suave.
—Te ganó.
Risas.
— ¡Cállate, aún tengo tiempo para terminarlo!
Y la lluvia comenzó a caer.
Ambos corrieron hacia la pequeña sombra de un árbol que estaba cerca, pero esta no ayudó en mucho, la lluvia era insistente y hacía hasta lo imposible con tal de mojarles.
—Voy a tener que sacar la sombrilla.
—Sí, sí, hazlo.
Abrió la sombrilla y trató de cubrir a ambos, pero era muy pequeña, comenzaron a mojarse a medida que la lluvia se arreciaba.
—Mira eso, parece que no vamos a salir de acá en buen rato... ¡Y tú sin suéter!
—De eso ni te preocupes, no necesito uno.
La lluvia continuó, los autos pasaban frente a ellos despacio, un enorme río se formó en la carretera, parecía que eso no iba a tener fin.
— ¿Por qué estás?...
Él estaba tiritando de frío, trataba de hacerse el fuerte pero no podía.
—No me gusta verte así, vamos, deja que te cubra con mi sudadera.
Ella abrió su sudadera y le dio un espacio para que pudiera cubrirse.
—Pero yo m-me puedo... P-puedo... Agua-aguantar, ¡fuuuuuuh!
— ¡Nada de eso!, cúbrete ya.
El viento era fuerte, trataba de llevarse la sombrilla que les cubría y, lo único que les quedaba, era aguantar...
—De haberme apurado, nada de esto habría pasado, jajaja.
— ¡Cállate, jajaja!, al menos no la estamos pasando tan mal...
Y comenzó a caer granizo.
— ¡Maldita sea, para qué hablé!
Ambos se rieron a carcajadas.
— ¡Tenemos que movernos de aquí o nos vamos a ir con la correntada del río!
— ¡Allá adelante, esa cosa nos va a proteger del viento!
Se colocaron junto a un expositor publicitario para evitar que el granizo y el viento les diera más frío del que ya tenían.
—Ahora sí, solo nos queda aguantar hasta que pase la lluvia.
—Aguantar juntos, ¿qué no?
La abrazó con fuerza.
—O sea... Sí, pero... ¡Ay, ya qué!
Le devolvió el abrazo con calidez y una sonrisa entre los labios.
NECESIDADES
Ya había pasado una semana entera desde que todo acabó para ambos. Yo estaba preocupada por los dos, realmente lo estaba. Ella se había refugiado en el alcohol y él en cualquier droga que se le pusiera enfrente. Intenté varias veces, sin éxito, el que se volvieran a reunir; con esa idea de que pudieran arreglarse en persona y no por esas cuestiones tontas de los mensajes por internet.
Qué ridícula se ha vuelto la gente ahora, hablar de cosas importantes por esos medios, ocultando sus miedos y demostrando a leguas su cobardía al estar detrás de una pantalla...
Honestamente, este tema debería de importarme poco, pues... No era alguien relevante en sus vidas, solo funcioné como «Cupido» en su debido tiempo y ya... Pero eso era lo que más me carcomía, había sido mi culpa, mi influencia y mi necedad de ver felices a ambos.
A veces ella me llamaba:
— ¡Ninú, Ninú!, ¡deberías de venir a mi casa, conseguí una botella nueva!
A veces él me llamaba:
—Oye, Ninú, ¿no quieres venir a «clavarte un colmillo» conmigo hoy?
No he atendido a ninguno desde que se separaron, porque no me gusta el alcohol y tampoco me gustan las drogas... Aunque antes de conocerles (y por ese mismo tema fue que los «uní») sí lo hacía.
Eran más o menos las 3 de la tarde, un jueves de hace no muchas semanas, estaba en casa sin nada qué hacer más que escuchar música. Era una de mis pocas entretenciones desde que me había quedado sin trabajo. Me sobresalté al escuchar que mi celular estaba sonando, me acerqué a el y vi que tenía una videollamada de Lilo, la contesté sin muchas ganas. Ella estaba con una gran sonrisa y movía la mano con mucho entusiasmo.
—Hola Lilo, ¿qué tal?
— ¿A qué no adivinas en dónde estoy?
—No, ni idea −me importaba un comino dónde estuviera.
— ¡Vamos!, me vas a decir que nunca has estado aquí.
Intenté ver nuevamente el lugar donde se encontraba, me parecía bastante conocido pero no conseguía distinguir bien, solo veía unas paredes amarillas y una gran luz.
—No, no lo sé...
—Deja de hacerte la estúpida, Ninú −dijo con violencia−, estuviste aquí ayer.
Sentí que mi sangre se heló, ese no era su tono de voz, algo tenía, algo había hecho, ¿dónde estaba?
—Mira, querida, no sé en dónde estés y no me gusta que estés hablándome en ese-
—Cállate, perra, sabes bien en dónde y con quién estoy. Le hablaste y lo viste ayer, estuviste aquí, tu perfume aún puede sentirse en las cuatro paredes de esta maldita habitación...
Me parecía ridículo, ¡¿cómo se supone que se enteró?!
Comenzó a reírse.
—Sabía bien que te ibas a sorprender de que estuviera aquí luego de lo que hiciste.
—Pero se supone que tú y él ya no son nada...
—Tienes razón, se «supone». Yo desde siempre desconfié de ti y de tus intenciones con él... Me di cuenta de que no pude fiarme de ninguno de ustedes.
Tenía miedo, Lilo estaba exageradamente ebria, pero parecía que el alcohol no la había mareado como normalmente lo hace... ¿Se habrá dado cuenta de esas veces cuando estuvimos juntos y yo estaba con él?, que lo besé, que fui suya, que prácticamente tenía que aguantar su apestoso perfume de señora elegante que él tenía impregnado en la camisa... ¡Qué tenía que convertirme en ella para que él pudiera darme un poco de la atención que necesitaba!
—Estás mal... Yo no-
— ¡Eh, shhh, shhh!, no te he dado la pauta para que hables.
Hubo un silencio cortante que duró bastante tiempo. Yo sentía unas manos rodeándome el cuello, era... Raro, él me había tomado del cuello ayer y sentí que eran sus manos las que...
—Voltea hacia atrás y dime que estás viendo.
Era él, pero no era él realmente, era como si se tratara de una copia malvada. Sus ojos eran blanquecinos, tenía la boca entreabierta, se tambaleaba con suavidad y a duras penas si respiraba.
—Es... Él...
—Ajá. Como puedes ver, ya me encargué de eso, ahora él se hará cargo de ti y yo lo veré todo, porque ya sabes... No me gusta ensuciarme las manos y mucho menos el olor a sangre, me genera asco, así como tú... Maldita buscona.
— ¡Espera!... ¡Yo no hice nada para merecerme esto!
—Claro, claro, ahora échale la culpa a él. Te voy a creer cuando dejes de parecerte a mí, Ninú.
Él me tomó del cuello y comenzó a apretármelo, no podía respirar, no podía controlar mi cuerpo, era como si me hubiera convertido en un muñeco de trapo y estaba a merced de lo que quisiera hacerme.
—Es toda tuya, tigre, cómetela y disfrútala como tanto lo hiciste a mis espaldas...
¿Por qué me metí a esto?
¿Qué iba a ganar?
Rechacé a tantas personas buenas por estar con él...
Por satisfacer sus enfermos gustos y obsesiones...
¿Realmente estaba enamorada o era?...
¿Qué era?
No fue amor, mucho menos empatía.
Yo los quería, a ambos los quería...
¿Qué fue lo que hice?
En la lejanía, escuchaba la risa de Lilo desde el celular, él estaba en el suelo, inmóvil, y yo sobre mi cama; no podía levantarme, no sentía el cuerpo unido a mí... ¿A mí?
Vi hacia el espejo, grité sin hacer un solo ruido ya que las manos de él quedaron como marcas moradas sobre mi cuello. Lilo continuó riéndose, bebiendo vodka, disfrutando de la escena, hasta que la batería de mi celular se agotó y mi vida se fue ahí también.
LOS NIÑOS DEL SOL
En una tierra distante, «perdida» para la vida actual, existía una pequeña tribu que, debido a los sucesos que serán narrados hoy, dejó de habitar en la tierra.
Era una isla remota, muy pequeña. En ella, la tribu de los Malhela habitaba con tranquilidad, no superaban los 100 habitantes debido a que su calidad de vida y costumbres no eran las mejores. Realizaban rituales con personas de cualquier edad cada 15 soles para poder atraer abundancia, fertilidad en las tierras, en las mujeres y unir parejas.
Sus rituales tampoco eran muy sutiles, solamente elegían a una persona al azar y lo sacrificaban de formas sangrientas al dios Sunon, quien muy amablemente, les cumplía el 60% de sus peticiones. Esto era algo que no satisfacía a los integrantes de la tribu, ya que ellos se acataban a todas las exigencias del dios pero él era algo caprichoso y... Sus devotos, muy rebeldes.
Un día, muy soleado, el dios Sunon les dio un ultimátum a sus devotos.
Ustedes deben darme cinco niños, deben engendrarlos el día de hoy y nacerán en nueve meses exactos, ellos serán sus salvadores y dadores de vida de ahora en adelante. Los jefes renunciarán a sus puestos, se sacrificarán y mis cinco hijos les guiarán por el camino de la eternidad.
Los jefes de la tribu se reunieron de inmediato, no podían dejar que esto sucediera, así que idearon un plan para poder salvarse... Atendieron de inmediato las órdenes de Sunon e hicieron que cinco parejas se unieran esa misma noche por medio de un elixir del amor que las ancianas de la tribu preparaban luego de los casamientos (solo que, esta vez, no hubieron tales actos).
Los meses pasaron y, justamente, las cinco parejas esperaban con ilusión a sus hijos. Los jefes tenían ya ideado su plan, pero nadie de la tribu lo sabía, ni siquiera sus consejeros y confidentes.
Llegó el día tan esperado, las madres tenían los característicos dolores pre-parto y las parteras de la tribu estaban preparadas para recibir a los niños que serían los salvadores de su gente.
Pero no se esperaban lo que sucedió.
Todas las personas de la tribu tenían pieles morenas, cabelleras negras, ojos oscuros y eran de baja estatura; los cinco niños nacieron con pieles blancas, cabelleras rubias, ojos claros como el cielo y eran de gran tamaño. Esto llegó de inmediato a los oídos de los jefes y dieron inicio a su plan. Tomaron a los padres de los niños y los vistieron como ellos, los sacrificaron para aparentar que los niños ya tenían su lugar designado como lo había ordenado Sunon y escaparon a lo profundo del bosque de la isla para evitar que el dios los descubriera.
Ingenuos fueron, pues esa fue su destrucción. Los niños, como por arte de magia, se pusieron de pie y tomaron la estatura de un adulto. Las ancianas de la tribu se maravillaron y aterraron al darse cuenta de que era el mismísimo Sunon en carne y hueso frente a ellos, en los cuerpos de cinco hombres.
Estos hombres caminaban entre los ojos ilusionados de las personas de la tribu, quienes tenían la insistente necesidad de suicidarse al verlos y... Lo hacían. Algunos se atravesaban sus lanzas en el cuello, la cabeza, el abdomen, otros se lanzaban del acantilado hacia el mar, otros bebían elíxires ceremoniales de los sacrificios... Así lo hicieron hasta que no quedó persona alguna.
Pero aún hacían falta los jefes de la tribu.
A Sunon no le fue difícil encontrarlos, el bosque no era muy grande. Cuando llegó hasta ellos, se dio cuenta de que el tiempo ya había empezado a hacerles pagar su desobediencia. Algunos estaban muy lastimados, al punto de que sus heridas estaban pudriéndose; otros estaban muy enfermos, al punto de escupir o vomitar sangre.
¿Por qué no se acataron a mis ordenes?
Dijeron los cinco hombres a la vez.
Los jefes, impresionados por la pregunta de los hombres, no supieron cómo responder.
Quisieron ser eternos sin mi permiso, ahora tendrán que enfrentar las consecuencias de sus actos.
Los cinco hombres tomaron a cada uno de ellos y se elevaron al oscuro cielo de la noche que cubría la isla en su inmensidad. Cada jefe fue colocado dentro una esfera que se encontraba sobre los puntos cardinales y en el centro del cielo. Cada que llegaba la noche, estas esferas les hacían arder el cuerpo en llamas y sufrir eternamente por su rebeldía. Ellos se convirtieron en las primeras y únicas estrellas que iluminaron el cielo de esa remota isla en la que habitó, alguna vez, la tribu de los Malhela.
NOSTALGIA
A veces me he puesto a pensar en lo duro que puede llegar a padecer de nostalgia. Sí, sé que es un sentimiento, pero he escuchado de que hay personas que la padecen; sufren y mueren en vida debido a la misma.
Dicen que suele empezar como una pequeña mancha en uno de tus brazos que queda luego de llorar por más de tres días seguidos, las ojeras dejan de ser oscuras y se vuelven de un color morado fuertísimo, tus ánimos se bajan, dejas de comer, tu mente se ocupa únicamente en ese sentimiento de nostalgia y empiezas a despegarte de la realidad... Al punto, de que únicamente eres tú y tu pensamiento nostálgico.
Alejas a todas las personas que alguna vez conformaron tu círculo cercano, secundario, terciario... Te vuelves un ser solitario y prefieres estar así, antes de que alguien más pueda hacerte «daño».
¿Te imaginas eso?, aislarte con tal de no volver a sufrir... Eso debe ser horrible.
Y por eso mismo, es que la nostalgia me da miedo.
Pero... Creo que todos, en algún punto de nuestra vida, llegamos a sufrirla y a padecerla; pero algunos sí nos dejamos hundir en ella y otros conseguimos salir a flote. Y, hablo de esa forma, porque yo he estado ahí... Por lo mismo, me causa pavor volver a caer en ella.
Pero sé muy bien que me espera, pacientemente, en ese agujero en el que caemos por medio de ausencias, recuerdos, canciones, olores, lugares, fechas, horas...
Me y nos espera, con una sonrisa sin felicidad, con los ojos llenos de dolor pero aparentando tranquilidad y con un pequeño dado entre las manos, porque quiera que no, a ella le gusta jugar pequeños juegos de azar mientras estás ahí, a su lado. Hace apuestas, sabiendo que ganará y lo hace, la desquiciada... Casi siempre suele ganar y su mayor premio, son mis y tus lágrimas, mis y tus recuerdos.
¿Te has puesto a pensar si es tramposa?, yo sí, ella no es sincera ni directa como la Muerte, que ella suele dar un beso o llevarte de una vez... La Nostalgia, en cambio, disfruta de tu sufrimiento y ver cómo te destruyes entre tanto... Cómo te arrancas la piel para intentar solventar tu dolor, cómo se derriten tus ojos por el ácido de tus lágrimas y cómo tu cerebro se come a sí mismo con cada pensamiento parásito que no te deja en paz.
Eso y mil cosas más me hacen tenerle miedo.
Por lo mismo, cada noche antes de dormir, prefiero beber de ese veneno que marea, te adormece...
Para no tener que lidiar con el vacío y el dolor que habita entre sus ojos.
¿Alguna vez has llorado hasta quedarte dormido?
¿No lo has hecho?
Yo sí.
Y entre mis lágrimas, mira todo lo que
consigo escribir.
Con esto conmemoro otro año de conocerte, no puedo hacer más, no puedo hacer menos.
Cuídate mucho, que todo te salga bien, feliz día, hasta después.
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