miércoles, 6 de enero de 2021

Y un día...




... te dejé de amar.


No volví a hacerlo.

Abrí los ojos. Era uno de esos comienzos cíclicos a los que ya me he acostumbrado. Recuperaba la memoria poco a poco, recordaba quién era, qué nombre tenía, qué día era, qué tenía pensado hacer durante las primeras horas del día aparte de evadir el desayuno... 

Te recordaba. 

Y esa vez no lo hice.

No me sentía vacía, mucho menos ansiosa al no saber qué era lo que le hacía falta a mi rutina. 
Mas bien, era como si todo estuviera en orden y no tenía necesidad de algo en absoluto. 

El día transcurrió tranquilo. 
No te mencioné en ningunas de mis remembranzas al hablar con mi familia. 
No te escuché entre todas esas canciones que en secreto te dediqué. En esas que dije que te encontraba. En esas que fueron nuestras. 
No te vi en el viento, en las nubes y mucho menos en mí. Era como si nunca... 

Nunca... 

Hubieras existido.

Llegó la puesta de sol. 
No había nadie más en casa aparte de mí. 
Salí a la parte de atrás de la casa, ese lugar donde te dije que no llegaba la señal del Wi-Fi y, en el que, por mera casualidad esa noche con tu bonita llamada, ya no pude ir a fumar. 

  «Me salvaste de fumar hoy» –resonó en mi mente. 
Tu risa no se hizo presente en ese momento, como ya estaba acostumbrada a escucharlo cuando trataba de reconstruir ese recuerdo. 

  — ¿Qué clase de hechizo estúpido será el de ésta vez? –mascullé entre risas mientras encendía el cigarro. 

La tarde estaba calma, hermosa. 
Hubiera sido bonita verla reflejada en tus ojos. 
Dos caladas más al cigarro. 
Tu imagen se presentó en mi mente poco a poco. Volviste. Me era imposible negar que estuve enamorada de tus ojos y tu mirar; esa que, con un par de segundos a su disposición, me destazaba en mil pedazos... Y yo era feliz ahí. Era feliz ante tu presencia, tu extraña forma de quererme y, por sobre todo, tu manera de posar ese par de órganos visuales sobre mí. 
El cigarro iba un poco más abajo de la mitad. 
Tu voz trataba de hacerme eco. Se mezclaba entre otros tantos tonos de voz que he escuchado a lo largo de mi vida. Unos que hipnotizan, otros que dan risa, unos que transmiten calma, otros que alteran los nervios... Y el tuyo. 
Pero no lo conseguí. 
Una calada más y el cigarro se acababa. 
La Luna ya coronaba el cielo de las 6 de la tarde en diciembre, ese mes en el que tú y yo sonreímos juntos al besarnos frente a ese atardecer tan bonito que vimos en el centro... Sin saber que, el tiempo, nos haría estar ahí casi todos los días... Y digo casi, por la excepción de esos días en los que íbamos a mi parque favorito. 
Nos encantaba ir ahí. 
No sé si tú seguirás yendo, pero yo aún lo hice hasta cuando me fue permitido. 
El encierro me ha estado zafando los tornillos. 

Al estar sobre mi cama, tomé mi celular y accedí a mi almacenamiento «en la nube», escribí la contraseña para desbloquear esa carpeta en la que guardaba cuánta cosa relacionada a ti tuviera, vi esos 978 archivos. 

No sentí algo.
No sentí nada.

Cerré la aplicación e ingresé a Instagram. Busqué tu perfil. Vi una a una tus fotografías... Incluyendo aquellas que yo te tomé y no quitaste porque sabías que te veías bien. 
Vi tus cambios. 
Vi lo que eras ahora. 
Una persona... Completamente desconocida para mí. 

Y seguí sin sentir algo.

  — ¿Será que esto es bueno? 

Ni siquiera me respondí.

Estaba abrumada. 
Aquella tontería que una vez repartí entre la gente, se hizo realidad. 
Sí conseguí recordar olvidarte todos los días. 
Jamás había pasado por mi mente que ese día llegaría. 

Y llegó.

No tener sentimientos al respecto no me hizo sentir algo de vuelta, como cuando le pegas un puñetazo a la pared y la fuerza se regresa, sintiendo que llega hasta el codo o al hombro. 

Nada.

¿Qué estaba sucediendo?

No había amor, rencor, cariño, desprecio, admiración, odio... 
Ni siquiera se me salió un «igual» de los tuyos. 

NADA

Veía de nuevo tu mirada sobre mí y se me hacía desconocida. 
Tu nombre ya no me movía ni la más mínima fibra del cuerpo. 

Era como si jamás te hubiera conocido. 
Era como si jamás te hubiera hablado. 
Era como si jamás te hubiera amado. 



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¿Pero sabes qué pude sentir al final? 

Satisfacción.

Porque, después de tanto tiempo, te dejé de amar. 
Y así, como cuándo lo hice... 

Qué bien se sintió.





«Y, de verdad, espero que esa felicidad que pintaste en tu carita... Un día se haga realidad». 

2 comentarios:

  1. Hoy escuché esta canción y me sentí feliz (entre otras razones) de ya no sentir algo en absoluto por él. Es liberador.
    https://www.youtube.com/watch?v=FG1NrQYXjLU

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    1. Me alegra mucho saberlo, al igual que saber que no fui la única que soltó todo en el momento justo. ¡Me encantó la canción, gracias por recomendarla! ♡

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