jueves, 16 de julio de 2020

Pequeñas Historias Insomnes.


La Tina

¿Alguna vez te has imaginado estar en una tina con alguien tomando un baño?
Platicando de alguna vanidad; como el trabajo, los estudios, la rutina, la sociedad...
La vida.
¿Te has visto acompañado así?
Que la espuma se quede pegada en la piel de ambos, que el agua se sienta agradable a su piel, que sus cuerpos ni siquiera se estén tocando.
Solamente ustedes en el momento más íntimo, entre jabón, agua, espuma, vapor...
Quedarse en silencio.
Verse uno al otro.
No tener la necesidad de hablar otra vez, porque pareciera que el agua les está robando lo que sienten...
Lo que piensan.
Salir de la tina sin hacer un solo ruido.
Secarse el cuerpo, cada quien por su lado; recostarse en la cama hasta conciliar el sueño;
sabiendo que en la tina quedaron
todas esas cosas
que jamás
pudieron
decirse
por miedo.

La noche

Tengo desde hace ya un buen tiempo esa costumbre, ¿sabes?, porque a esa hora volvía de la universidad.
¿Por qué tan tarde?
El bus en el que volvía siempre me dejaba por mi casa a las 21:40, caminaba 10 minutos hasta mi casa y luego tardaba 20 minutos preparando y calentando mi cena.
Caminabas muy tarde en la calle.
Sí, me es normal. Lo más tarde que he llegado a caminar sola por aquí fue después de las 23:30 más o menos. ¿Recuerdas de esa vez que te conté que había salido a una fiesta y regresado a casa algo tarde?, caminé media cuadra hasta mi casa a eso de las 2 de la madrugada... Casi eran las 3, no recuerdo.
¿No tienes miedo?
Para nada.
¿Por qué?
Verás, antes aquí pasaban cosas muy... Peligrosas a toda hora pero, con el paso del tiempo y ciertos sucesos, todos empezamos a tomar confianza en la noche. Teníamos más actividad durante la noche que durante el día.
¿De qué sucesos hablas?
¿Nunca has oído hablar de los brazos oscuros?
Jamás.
Son como... Fantasmas o mejor dicho, espíritus muy poderosos, no los puedes ver con facilidad porque se esconden entre las sombras de los objetos y en el asfalto. El asunto es que suelen protegernos de todo peligro mientras caminamos de noche a solas por las calles.
¿Cómo?
Realmente no quieres saberlo...
Por eso es que los habitantes del pueblo, ahora, solo somos mi familia y yo.


Tu Callejón

Cada mañana de domingo, al despertarme, tenía la cabeza un tanto desubicada (como siempre) pero no perdía esa costumbre que creé contigo. Salía a la cocina, avena con leche, jugo de naranja, pan con queso crema... No combinaba pero me daba lo mismo, tú te reías. Iba al baño, una ducha rápida; buscaba mojarme el cabello sin lavarlo. Regresaba a mi habitación, me vestía, ropa interior negra con detalles blancos como te gustaba, casi toda mi ropa interior era así por ti. Extraño verte sentado en la cama, admirándome... Comiéndome con la mirada. El pantalón deportivo negro de tela suave y manchada, la camisa negra desgastada, los zapatos negros de suela despegada, la sudadera negra que se ve casi anaranjada de tanto lavarla, un par de trenzas en el cabello, mi gorra tejida a mano por Dios sepa quién... ¿Dios sabrá que ya no estás aquí?, imagino que sí, es omnipresente y puede estar al tanto de todo y de todos en la misma milésima de segundo, pero no tengo la seguridad de eso como quisiera. Me dejo caer de espaldas sobre la cama, aún te sigo extrañando, ¿por qué lo hago?, ¿por qué no te vas como ya lo hiciste antes? No tienes idea de la falta que me haces, de lo mal que me hace estar a solas, de lo pésima que me siento. Decías que me querías, pero con todo esto... Abro los ojos, me levanto automáticamente y recuerdo ese callejón que tanto te gustaba, en dónde solíamos sentarnos a fumar un cigarrillo a escondidas del resto, a ser nosotros en las afueras así como lo éramos en casa. Tomo mi mochila, la abro para revisar que todo está en orden, tomo las llaves de la casa y salgo. Bajo las gradas despacio, saco mi celular junto a los audífonos, me los coloco y reproduzco una de esas tantas canciones que dejaste guardadas en esa lista de reproducción a la que le pusiste un nombre y una imagen extraña que solo tú entendías; nunca supe qué eran para ti todos esos espirales en blanco y negro. Salgo del edificio, continúo caminando, hoy decido no tomar el autobús y caminar por mi cuenta hasta que ya no soporte los pies, así como te reías de mí aquella tarde cuando caminamos hasta la feria y yo, con mis botas, sufrí en todo el ajetreo de vuelta a nuestro punto de encuentro por lo incómodo del calzado. Uno, dos... Uno, dos-tres-cuatro... Uno... ¡Maldita sea, ésta estúpida lata se quedó sin pintura!, lo peor del caso es que fue la última que me dejaste... Que me dejaste. ¡Me dejaste! Me doy la vuelta y corro en dirección al centro de la ciudad, recordando el lugar dónde te conocí, la sonrisa que tuviste al verme, la plática que tuvimos días después. La maldita suela del zapato se volvió a despegar pero no tengo el tiempo suficiente para detenerme en una tienda y comprar un poco de cianoacrilato de metilo para volverlo a pegar... A ti te causaba gracia cuando hablaba de las cosas por su nombre real, te burlabas de mí, me hacías sentir mal por saber algo que... Me hacías sentir mal. Me detengo. Veo una tienda en la esquina de la siguiente cuadra, hablo con el vendedor, compro el bendito pegamento y tres cigarrillos. Esparzo por toda la suela el pegamento y doy golpes contra el suelo para que termine de ajustarse. Me quedo de espaldas contra la pared del local y enciendo un cigarrillo. Por ti. Por esa vez que también hiciste eso conmigo, que tú compraste el pegamento y unos minutos después, me enviaste de vuelta a la tienda por un par de cigarrillos rojos, tus, mis, nuestros favoritos hasta que todo... Se terminó el cigarrillo. Sigo caminando, otra de tus tantas canciones mantiene despierta en mí la sensación de querer marcar todas las malditas paredes con mi nombre para que, cuando las veas, te acuerdes de mí y te arrepientas de haberme dejado, de haberte ido, de haber desaparecido sin dejar rastro. Adelante, unos cuantos pasos, está ese callejón que tanto te gustaba, camino despacio hacia él; sin esa esperanza de encontrarte como lo hacía antes, porque es una avenida imaginaria, así como lo fuiste tú todo este tiempo. Suspiro. Saco el segundo cigarrillo, lo enciendo y cierro los ojos, me siento sobre la acera. No hay gente, no hay carros, nada.
Nunca ha habido nada aquí, ni siquiera yo.
Porque soy producto de una historia imaginaria.

Quizás, lo único que realmente existió alguna vez... Fue un cigarrillo con mi nombre escrito en él.


Silencio

Esa tarde hacía viento, la gente caminaba, se reía, hablaba, pasaban aviones, los autos iban de arriba a abajo; era una tarde normal en ese parque al que tanto me gustaba ir.
El único detalle es que nadie hacía un solo ruido.
Estaba sentado sobre una de las bancas que dejan ver el panorama completo del lugar, ese que conocí por ella, que empecé a amar por su culpa e insistencia de querer venir conmigo.
No esperaba que algo maravilloso pasara hoy, realmente, esas ideas tontas se habían ido con el tiempo; ya había pasado más de un año y medio desde que...
El sol se está empezando a poner.
Saco un cigarrillo de mi bolsillo y mi ruidoso encendedor.
Pero sigue sin haber un solo ruido.
No lo entiendo.
La última vez que vine aquí todo estaba tan bien... ¿Qué estará pasando?
¿Hace cuanto tiempo vine aquí?, ¿meses?, ¿años?
No... Aún vine aquí con mis amigos y esa chica de la que quisiera olvidarme, la del error, la que nunca quiso acompañarme, la que me hizo cambiar para mal y ahora no puedo volver a ser quién fui.
No puedo volver a ser ese alguien que, la chica que amaba venir aquí a cantar canciones, a correr cual niña entre los juegos, a sentarse en las raíces de los árboles, a ver el atardecer... Esa persona a la que esa chica creó.
Ya no puedo volver a ser yo.
¿En dónde me quedé?
...
¿A dónde me fui?


Pasos

— ¿Alguna vez te imaginaste caminando por aquí?
—Siéndote sincera, no; sí conocía el lugar pero no pensaba que fuera un camino tan largo.
—Pues ya ves, para todo hay una primera vez.
Risas.
—A ver, a partir del lugar del que venimos, ¿qué tan lejos estábamos de tu casa?
—Hmm... Probablemente a unos cuatro kilómetros.
— ¡¿Tanto?!
— ¿Qué te digo, mujer?, tampoco vivo al centro de la ciudad... Realmente no me gustaría, aunque ya lo haga.
—Tienes razón, pero la verdad es que yo tampoco vivo al centro, aunque sí quisiera.
Silencio. Ambos seguían caminando entre las vías del tren bajo el sol de las 4 PM.
— ¿Qué tiene de interesante para ti el centro?
—Pues, todo lo tienes a la mano, ¿qué no?
—Sí, ¿pero no te pones a pensar en el bullicio de los autos, en lo peligroso de la noche, en lo rutinario de las calles?...
—A eso te acostumbras al cabo de un rato y hasta puedes llegar a memorizar cómo se siente de diferente el suelo en cuadra con los pasos que das sobre ellas.
Él volteó el rostro, sabía que ella tenía razón y se quedó en silencio.
Ella se colocó la capucha de su sudadera para cubrirse del sol.
—Oye, para una próxima vez dime a dónde iremos a caminar, así me preparo con un bloqueador solar y agua; digo, para disfrutar más del bronceado.
— ¡Qué exagerada eres!
Risas de nuevo.
—No lo estoy haciendo, es decir... ¿Quién va a caminar tanto solo por que sí, bajo el sol de media tarde? Es cierto que antes lo hacía con frecuencia pero hace mucho que dejé de caminar así...
— ¿Por qué?
—Rutinas nuevas, ya sabes: mis trabajos, mis estudios, mis oficios... Demás ocupaciones.
Silencio.
—Igual... No es como que no te guste ir conmigo paso a paso sobre el camino.
Ella sonrió.
—Claro que sí y...
Él volteó a verla.
— ¿Y?
—Me gustaría que siguiera siendo así.
Él, conmocionado, se lanzó a abrazarla entre risas.
— ¡Yo lo sabía, lo sabía!, ¡sabía que algún día me tenías que decir algo así, mujer!
Ella le devolvió el abrazo.
—No soy de hielo como dices, no sé por qué pensabas eso.
Ambos se rieron y continuaron con su paso por las vías del tren.
Sin saber que iba a ser la última vez que iban a caminar por ahí.
Juntos.


Luz

Los edificios del lugar se entretenían viéndolos caminar juntos.
"Mira qué bien se ven" murmuraban entre sus ventanas.
La luz parpadeaba, como el latir de un corazón.
Se esperaban cosas bonitas de ellos.
...
Pasó el tiempo.
Nada ni nadie volvió moverse por ahí.
Ni siquiera ellos.
Los edificios no volvieron a tener luz.
El suelo no volvió a sentir su peso.
Simplemente
se habían
ido
sin decir
adiós.
...
Las plantas empezaron a crecer sin control.
No había alguien que las cortara.
El agua de la fuente empezó a desbordarse.
No había alguien que la reparara.
...
Ese lugar sin luz hizo todo lo que pudo
por volver a recuperar la sensación
de tenerlos cerca.
Pero no pudo imitar sencillez
de la existencia
de un humano.
...
Así que, las plantas que crecían
desde sus rincones más pequeños,
empezaron a escalarlo,
a invadirlo,
a hacerlo suyo...
Y a demostrarle,
que el ser humano,
es lo peor
y lo mejor
que le pudo suceder
a la naturaleza.



¿Alguna vez has escrito con la intención de quedarte dormido?
¿Te ha funcionado?
A mí no.
Pero mira nada más, qué cosas tan bonitas
consigo escribir.

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Transparent White Star