jueves, 1 de noviembre de 2018

Desaparición.

Buenas las tengas y mejor las pases, criatura terrenal.
(Chinga, extrañaba tanto poder escribir así...)
Espero estés muy bien, disfrutando de los últimos meses que nos está brindando éste pútrido año.
Pero bueno, a lo que venía era a hablarle al aire.
Porque, a nadie le importa la vida de nadie y yo solo estoy buscando una forma de desahogarme. Y de distraerme para no hacer estupideces.
Pero bueno, no sé, busca música de Mac Demarco o Tash Sultana y acompáñame en éste pequeño gran viaje a mi vida durante estos 11 meses. Vamos a ver qué pasa.

¡Por cierto!, antes de empezar.
Sé que ya es costumbre y la estoy cumpliendo; a fin de mes, publicaré el cuarto Huevember del blog, va a estar maravilloso. O no sé, algo tiene que ser.
Igual, espéralo, «sé, que te va a encantar, muchas gracias». (¿)

Ahora sí, ¡a lo que te truje, Chencha!


El año no empezó tan hermoso como me lo esperaba; problemas familiares por aquí, por allá y todo era ambivalencia.
Encerrada en mi cuarto, me la pasaba piense que te piense en qué poder hacer para «liberarme» de todo lo que pasaba.
Ya estaba harta de todos, habían soluciones fáciles, sí... Tales como hablar, conversar y tener una charla adulta o «madura» para poder arreglarlo todo sin tener que recurrir a otras cosas.
Pero bueno, mi familia es la décima maravilla de mundo y con ellos, no puedo tratar, ni con pinzas.
Entre todos me asfixiaban preguntándome cualquier cosa a que ni siquiera les importa, pero ahí estaba la terca necesidad de hacerlo; sin motivo, razón o circunstancia válida, solo lo querían hacer y ya.
Nunca me ha gustado decir: «es que soy la única persona «madura» de mi familia y por eso es que nadie me entiende».
¡Claro que son maduros! El defecto está, en que nada más lo usan para lo que les conviene, lo necesitan o requieren y la gente así, es con la que peor suelo llevarme.
Me gusta mucho que la gente sea abierta a distintos tipos de pensamiento, a poder tener una conversación armoniosa sobre cualquier tema, que expresen lo que sienten, piensan u opinan y sepan respetar lo que la otra (u otras) personas también sienten, piensan u opinan.
Como dije, armonía.
O tan siquiera que usen la simple y llana tolerancia.
Vaya, ¿tanto puedo pedir?, ¿tanto no pudieron dar?
Pero bueno, cada persona es un mundo y, mal que bien, logré solucionar uno que otro problema de todos los que ya teníamos.
No precisamente de la forma que yo hubiera querido, pero ahí está.
Terminado.
Remendado con banditas.
Bañado en alcohol etílico.

Trabajé formalmente en una maquila de la nueva era por unos dos o tres meses.
Sí se entiende lo de «maquila de la nueva era», ¿no?
Si no pues... Un call-center. ¿Así sí?
Nunca atendí llamadas, sé que no soy buena con la pronunciación del inglés, por más que me dijeran en el lugar que podía aspirar a ocupar un puesto de llamadas en el futuro.
«Chateaba» con personas de EUA porque tenían problemas con pedidos por internet.
Al principio la idea me parecía fácil, yo sabía que iba a estar todo bien y que no habría problema alguno jamás. «Las personas son bien comprensibles con lo que pasa».
Les decías que ibas a «hacer todo lo que estuviese en tus manos» para solucionarlo y de repente, aparecía todo un testamento de que era tu culpa y tenías que solucionarlo por más que costara.
Sí, está bien, cuando representas a una empresa, literal tienes que convertir tu cara en el logo de la empresa y aceptar los errores cometidos. Pero, ¡por favor!, tan así tampoco.
No era mi problema que un maldito paquete se perdiera por culpa de la empresa de correos.
Era esa gran necesidad de escribirles que les reclamaran a ellos, porque el paquete se había enviado y punto.
Pero, ¡no!, el cliente tiene la razón, su opinión va primero y si les haces o dices algo, el departamento de control de calidad te va a mandar a la chingada.
Que el cumplir metas, que alcanzar x cantidad de minutos por chat, que las encuestas por parte de los clientes, que los compañeros, que mi incompetencia ante trabajar bajo presión, que el asqueroso horario al que me metí por ser haragana, que la supervisora, que ser una rata de oficina, que la triste cafetería, que los grises y diminutos casilleros con su estúpida puerta que se doblaba cada que la abría, que enviciarme de más al tabaco, que necesitar de algo que me mandara «más lejos», que tener control de mí misma, que ya iba a regresar a clases...
No lo soporté.
Terminaron por despedirme un domingo para hacerme regresar el lunes a firmar unos papeles que no recuerdo en absoluto qué decían.
Y la verdad, no me interesan.
Sé que en esos lugares entra y sale gente como si fuese baño público, todos haciéndose las grandes personas por ganar x cantidad de dinero, quejándose de que lo que hacen no les sirve para nada en la vida y que solo es para seguir sobreviviendo en ese «campo de batalla».
Ese campo dónde el única arma que tienes para defenderte es ser un maldito lambiscón.
Y esa, ¡esa, precisamente!, fue mi mayor debilidad.
Porque yo no tengo esa arma, jamás me ha gustado tocarla y no deseo tener que hacerlo en algún punto de mi vida. Me daría tanta vergüenza y asco, que preferiría morirme antes.
Pero, a pesar de todo, fue un tiempo de mi vida en el que pude darme cuenta y pude conocer más de las personas; aprendí a discernir entre el tipo de personas que quiero en mi vida y cuáles son las que debo evitar a toda costa y quemar en una hoguera frente al mar si es necesario.

Intenté ser independiente por un tiempo y lo logré.
Lastimosamente tuve que regresar.
No era mi mayor deseo, pero no tuve otra opción.
En resumen y sin seguir rascando heridas que todavía tienen costra.
Solo quería demostrarme y demostrarle, que podía lograrlo.

Sin quererlo y/o esperarlo, resulté metida en otro mundo maravilloso.
El graffiti.
Conocí a una pareja, que se puede decir que son mi mayor ejemplo, de graffiteros que me motivaron a seguir adelante con esa idea.
Yo no estaba segura de hacerlo, tenía miedo, jamás en la vida había hecho un dibujo más grande que una cartulina.
Hasta que mi novio intervino.
Conocí a más gente talentosa dentro de ese mundo, tanto de mi país como del extranjero, con muchísimos años de experiencia y mucha pero mucha humildad.
Igual que siempre, encontré gente aprovechada y otros tantos llenos de ego.
Pero así se mueve el mundo y así se mueve, también, el mundo del arte.
Me contaron sobre los riesgos que se corren, los beneficios que obtienes, las habilidades que aprendes, la gente que conoces, las cosas que puedes comunicar y alcanzar con un mural o una «bomba», sobre las experiencias gratas y desagradables de todo lo que conlleva pintar paredes (y otros enseres) en un país donde todo lo ven como parte del crimen organizado.
En un país «tercermundista».
Es cierto, el gusto de poder hacerlo, también conlleva a una inversión económica un tanto elevada; claro, lastimosamente nada es gratis en esta vida.
Pero me es hermoso, poder agitar una lata para diluir la pintura, colocar la válvula, hacer presión y empezar a pintar cosas que se me hacían un sueño; me hace feliz poder escribir mi nickname al terminar un mural o sobre una pared por una calle concurrida.
No lo hago por querer agradar a alguien, no lo hago porque deseo que mi nombre resuene por cada esquina y salga de boca de todos.
Lo hago porque me nace, porque siempre quise poder hacerlo.
Porque me llena y me hace feliz.

Al buen tiempo, regresé a la universidad.
Intenté por muchas semanas acostumbrarme de nuevo al despertarme a las 4:30 a. m. y salir de mi casa a las 5:15 a. m.
8:00 a. m. inicio de clases.
Antes solía estudiar por las tardes, luego lo hice por las noches.
Estudiar por la mañana no fue una experiencia grata en ningún sentido existente o inexistente.
Me lo habían dicho antes y pues, no hice caso.
Lo que quería la niña, era cambiar su rutina y hacer algo nuevo cada día.
Sin querer, el estudiar por las mañanas era como regresar a la primaria.
Licenciados exigentes, quejándose por todo y queriéndote acusar con el director, licenciados metiendo miedo a los estudiantes por cualquier cosa, adultos comportándose como niños...
¡Y lo más bonito de todo!
La universidad entrando en crisis y todos volviéndose locos por lo mismo.
He de decir, a las personas de otros países que me leen, que Guatemala ha estado en crisis desde hace muchos años por cosas que todos comprendemos.
Política, corrupción, izquierda, derecha, mal manejo de recursos, dependencia de otros países y demás cosas que siempre se atoran en los titulares de noticias.
Una de las entidades a las que se les ha puesto las luces del escenario por haberse pronunciado ante el mal chiste de gobierno que tenemos, es la universidad nacional, la USAC. (Precisamente, dónde estoy estudiando).
Hace varios meses, tomó posición un nuevo rector y expuso que el gobierno estuvo, poco a poco, quitando grandes cantidades del presupuesto que era correspondiente según la constitución del país durante el paso de los años.
Que vendría correspondiendo al 5% del presupuesto anual del país.
Todo mundo se alborotó.
Que deberíamos suspender actividades, ¡no!, que debemos seguir con el curso normal del ciclo, que hagamos paro, que hagamos huelga, que matemos al congreso y quememos vivo al presidente, que esto, que aquello...
Y la sensación de ayer...
Citando una publicación de la página oficial de la universidad en Facebook del día 31/10/2018: «Sancarlista, no podemos permitir que nos hagan más daño. 
El Congreso de la República sigue lastimando la educación superior. Para el año 2019 reduce 259 millones de quetzales de presupuesto para poder funcionar como universidad.»
Lo que vendría siendo, unos treinta y tres, casi cuatro, millones de dólares.
No digo que la universidad está en su peor época, porque ha estado mal muchísimas otras veces; pero ésta vez, pienso que toda la comunidad estudiantil está tan acostumbrada a éstas cosas que no se hace nada.
Pero, a pesar de todo, ¿quién soy yo para estar opinando sobre éstas cosas? Más que solo una simple estudiante a la que le disgusta el sistema de manos atadas por el que se maneja la universidad y las pocas posibilidades y/o ideas de superación que te dan para seguir con una carrera que, a fin de cuentas, no te lleva a ningún lugar si no eres autodidacta.
Así es la vida y así se va a quedar, una simple hormiga no es relevante para todo el hormiguero.

¿Acaso conoces la emoción que te provoca escaparte sin permiso de algún lugar?
Como lo conocemos de forma coloquial en Guatemala, «irte de capiusa».
De seguro que sí y pues, más que todo cuando te escapas a lugares que no conoces.
Pude conocer lugares maravillosos de mi país y llenarme de tantas experiencias en menos de tres días.
Lo mejor del caso es que no solo fue una vez, ¡sino dos!
Me sentía como una niña rebelde, que podía hacer todo y cuánto quisiera.
Ah... Fue perfecto.
Junto a mi novio, pudimos visitar buena parte de lo que es el sur y oeste del país; especificando: Escuintla, Sololá, Quetzaltenango, Retalhuleu, Suchitepequez, Chimaltenango y Sacatepequez.
Música, experiencias graciosas y terroríficas en la carretera, cigarrillos, pláticas, amaneceres, atardeceres, noches eternas, baches, túmulos con tamaño de cadáveres, calor sofocante, frío extremo, lugares que daban miedo, lugares dónde nos sentíamos como reyes, tres tiempos de comida deliciosos...
Poder «tocar» y poder estar entre nubes...
Siempre voy a estar agradecida con él por esos preciosos viajes que tuvimos.
Todo lo que viví a su lado, jamás me imaginé experimentarlo alguna vez.
Es decir, desde que era niña tenía la ilusión de poder visitar la ciudad de Quetzaltenango (o Xela, como se le conoce popularmente) y al estar en el parque central fue una completa locura.
Era eso de pedir que me pellizcaran para darme cuenta de que no estaba soñando.
Y lo mejor, es poder decir que lo pude vivir al lado de la persona a la que más amo en la vida.
Experimentamos tantas cosas juntos, que aún se me hace imposible creerlo.
Nada más bonito que sentir esa conexión tan perfecta y fuerte con otra persona.
[Por si lees esto, solo quiero decir que te amo muchísimo, patojo hermoso.]

Anoche, precisamente, pudimos platicar un poco más con un buen amigo.
Alguien a quién le tomé el mismo cariño que le tendría a un hermano.
Habló de todo lo que le fue posible y lo que la voz le permitió.
Sabíamos de hace mucho que tenía problemas familiares y algunos conflictos con quién era su pareja.
Cada palabra que soltaba me calaba hasta el hueso.
No por su dicción, por su forma de entonar ni por lo que decía en sí.
Si no que por el sentimiento que le ponía a cada letra de las palabras que soltaba.
Por mi lado, hubo un punto en el que tuve que controlar mis lágrimas.
Es increíble hasta dónde podemos llegar por amor.
Cambiar todo de nosotros y olvidarnos por completo de lo que fuimos para complacer en todo sentido a alguien.
Aprender, desaprender, hacer, deshacer, ser, ya no ser, conseguir, olvidar, tomar viejos hábitos, formar nuevos hábitos...
Me mordía la lengua ante las gigantescas ganas de decir: «sé y entiendo lo que viviste, yo lo experimenté en carne propia y me duele mucho que lo estés pasando».
Pero sé, sé muy bien que no venía al caso.
Fue difícil decirle que tratara de centrarse, ahora, más en él que en cualquier otra persona.
Que siguiera adelante y que dejara todo el pasado dónde se supone que debería de estar.
Veía sus ojos tristes, su cuerpo cansado y su alma pidiendo comprensión.
Sé que es fuerte, sé que va a cambiar y se va a dar el tiempo suficiente y necesario para sanar.
Sabe que cuenta con nosotros en cualquier ámbito.
Pero, solo espero que no se deje hundir de más en el plano de la fantasía hasta que ya no pueda respirar.

Últimamente he estado pensando en hacer videos.
Como la típica, común y salvaje youtuber.
Deseo hacerlo con la idea de poder seguir haciendo «posts» como éste pero, con más énfasis.
Es cierto que con los signos de puntuación se puede llegar a hacer magia y dar a entender mucho mejor las ideas, pero... Se pierde esa emoción que buscas transmitir cuando el lector encuentra lo que escribes y lo lee de forma plana, sin la emoción que le diste y es como si estuviese tirándote un balde de agua fría.
Sí, es cierto, hace un par de años aparecí junto a mi mejor amigo en un canal de Youtube, el proyecto era nuestro y logramos hacer un tanto de contenido. Por más que le insistiese en continuar, casi nunca tenía tiempo.
Quiero hablar (o poniéndolo en términos más concretos: hacer fuertes y coherentes críticas) de todas esas cosas que a la gente le disgusta hablar durante el almuerzo.
Va a estar muy alegre el poder dar mi punto de vista sobre todas esas cosas que mueven masas.
Por el momento, no corro riesgo alguno, a menos que vengan los lindos diputados del congreso del país y se les ocurra dar vigencia a la ley que prohíbe expresarse «mal» de los funcionarios del gobierno y la horda de idiotas que pertenecen al mismo.
Así que, bueno, solo espero poder hacerlo después de la quincena de éste mes; cuando esté libre de todo.
A ver qué tal me va.
Siempre si lo hago, lo estaré publicando acá, en mis redes sociales y todo el asunto.


Y ya, con eso concluyo ésta vez.
Nos volveremos a leer en unas cuantas semanas.
Entre tanto, cuídate. Un abrazo.



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